Eran ya casi las 10 de la noche y era hora de cerrar la puerta de la iglesia. La lluvia podía escucharse golpeando levemente los vitrales así como una leve ventisca hacía que las flamas de las velas se agitaran a su merced. El padre Mendoza se encontraba hojeando la Biblia que se encontraba en el altar. Hacía poco había sacado a los pocos indigentes que se encontraban buscando refugio en la Iglesia. Protestaban de que era casa de todos, pero él hacía caso omiso y les exigía salir del recinto. Ya todo estaba preparado cuando escuchó que la puerta se abría con su característico rechinido que hacía eco en la iglesia vacía de feligreses. Levantó la vista y observó a un hombre cubriéndose con un paraguas oscuro y una gabardina gris completamente empapada. Sacudió un poco su gabardina tratando de quitarse toda la humedad, cerró el paraguas e hizo una leve reverencia hacia donde se encontraba el padre, persignándose. El padre no le quitaba la vista y se sintió extrañado de tener una visita a estas horas. Tuvo más paciencia al observar que el sujeto no parecía un indigente. Cerrando la Biblia, bajó del Altar haciendo una reverencia a la cruz y se dirigió al hombre que todavía seguía secando su atuendo.
-Buenas noches- Saludó al llegar con él. –Disculpe pero ya es hora de cerrar…-
- Perdóneme, Padre… pues he pecado- lo interrumpió de inmediato el hombre.
Ante la sorpresa de la respuesta del individuo, El Padre Mendoza guardó silencio y lo observó detenidamente. Sus rostro mostraba un cansancio genuino y su mirada distaba de ser la de un hombre en paz… mostraba melancolía… incluso pensó en un verdadero arrepentimiento. Aún así, había dado por terminado el día y no sentía necesidad alguna de seguir por hoy.
-Si usted gusta confesarse, lo mejor sería hacerlo mañana… Hoy ya es muy tarde… - Insistió el Padre. El hombre hizo una mirada suplicante antes de repetir la frase… “Perdóneme, Padre… pues he pecado”.
Nuevamente el padre suspiró y finalmente guió al extraño hombre a un confesionario. Pensó que por su aspecto, la gratificación podría ser un buen extra para el día, y también notó que sería más fácil acabar con ello de una vez que tratar de disuadirlo. Finalmente, el hombre no cometía ningún desacato, simplemente era un hombre pidiendo su derecho al ser confesado.
Notablemente molesto, el padre abrió su asiento en el confesionario y abrió la compuerta donde se encontraba el hombre. La pequeña pieza de tela lo hizo evitar observar esa mirada tan triste. Le pidió que comenzara a hablar. Este comenzó con la misma frase… “Perdóneme, Padre pues he pecado”- El padre suspiró y le pidió que continuara.
“He cometido un acto terrible, Padre… Necesito contarle toda la historia para que entienda las razones que me llevaron a hacerlo, pues no quiero ser juzgado como un hombre de mal… quiero que se vea que lo que hice fue por algo justo… y que tenía que hacerse”
EL padre Mendoza continuó extrañado ante la actitud del hombre. Mas por la necesidad de terminar que por vocación, le pidió que prosiguiera.
“Hace algunos años” comenzó el sujeto “Yo tenía un pequeño negocio en un pueblo no muy lejos de aquí. No era muy próspero pero nos daba para comer y tener algunos pequeños lujos. A mi esposa le encantaba cocinar y hacía algunas comidas para la gente del pueblo. Vivíamos muy tranquilos pero solamente nos faltaba la bendición de un niño. Por más que tratábamos, no podíamos tenerlo. Mi esposa me dijo que tenía que encomendarme a Dios para ello. Yo nunca fui muy creyente, padre, pero decidí intentarlo por ella. Conocí al cura de nuestra Iglesia. Era un hombre que profesaba la fe en el individuo y en las maravillas de la Naturaleza… Pero me decía que la única manera en que podía conseguir mi deseo era aportando más a la Iglesia. Ayudarla sería ayudar a Dios, quien me vería como un buen Cristiano y con ello me daría lo que tanto deseaba… Y así fue, padre… Me convertí en el mejor prójimo que se pudiera con la Iglesia… Ayudé a las construcciones, ayudé a las misiones, ayudé a los pequeños detalles que existiera… y milagrosamente después de un año, conseguimos tener a nuestro bebé… Era un varoncito… y se lo agradecimos a nuestro Señor infinitamente… Lo educamos con las más fuertes bases en la Fe. Creció amando a Dios como nunca pudimos hacerlo mi Esposa y yo. Se unió a los monaguillos, se unió a los grupos de jóvenes, hizo todo cuanto estuvo en sus manos por hacer la obra de Dios… pero él sentía que no era suficiente… Así que comenzó a considerar el Seminario. Nunca me había sentido tan orgulloso de él como en aquella ocasión. Un comerciante como yo debería pensar en su hijo en la Universidad, pero yo entendía su vocación. YO pensaba que si mi hijo había sido un milagro de Dios, era justo que dedicara su vida a su palabra para que todos tuvieran la oportunidad de vivir como nosotros lo habríamos hecho… Con una felicidad inmensa. Quién lo hubiera dicho, Padre. Fue aceptado inmediatamente e hicimos una enorme fiesta. No pasaba un día sin que agradeciera el regalo que Dios nos había entregado y que ahora le era devuelto para continuar su obra… Pero desgraciadamente, no todo fue felicidad, Padre. Poco después de que mi hijo partiera, un grupo de abogados tocó a mi puerta. Llegaron con muchas demandas por pagos no cumplidos a constructoras y a otros acreedores. Mirando las cuentas, todas habían sido obras en la Iglesia que yo había firmado como aval… Me quedé estupefacto y fui a la Iglesia misma a preguntar qué había pasado. Pero ya no había nadie. El cura se había ido. Pensé en muchas cosas… Me quedé mirando a la cruz, preguntando el porqué de esto. Después de varios juicios, fui embargado… perdí mi negocio y perdí mis propiedades… La presión acabó con mi esposa y terminó falleciendo un año después… fueron tiempos difíciles. Trataba de evitarle problemas a mi hijo ocultándole un poco la verdad, pero él me comentaba que tenía problemas por sí mismo… y nunca me dio detalle alguno… hasta que un día simplemente dejó de llamarme y no podía encontrarlo… Fue doloroso enterarme lo que le pasó después… Lo encontraron muerto… Lo golpearon hasta matarlo… Los detectives me dijeron que mi hijo estaba ayudándoles a investigar malos manejos por parte de la Iglesia… dinero sucio… Nunca entendí realmente… Pero ¿Puede darse cuenta, padre? ¿Todo lo que Dios me había dado, me había sido quitado por los hombres?
EL Padre se quedó estupefacto al escuchar toda la historia. Trató de calmar un poco al hombre que se había echado a llorar… "Buscamos la luz, y he aquí las tinieblas" Dice el Señor, Hijo. Dijo. “Tu fe no debe verse opacada en lo que Dios hace… tu fe se ve en una prueba… y debes seguir firme en ella… no caigas en la desesperación.
El hombre retomó la palabra… “Yo creo en Dios como cualquiera… pero es en los hombre que usan su Nombre… en lo que he dejado de creer… por eso, cuando me enteré de todo lo terrible que se hace en Su Nombre, regresé y quemé la Iglesia que yo mismo había construido…”
La voz comenzaba a tornarse lúgubre y oscura. EL padre comenzaba a sentirse nervioso. Suspiró tratando de relajarse y preguntó… “¿Y ese es tu pecado, hijo…? ¿Quemar la Casa de Dios?...
El hombre respondió… - “No, Padre…” Dijo. “Ese pecado se lo he confesado al Padre Vázquez”. El Padre Mendoza abrió los ojos estupefacto. Quedó petrificado al escuchar el nombre del Padre Vázquez… Su voz volvió a sonar por la tela que los separaba, dijo “Perdone, Padre pues he pecado… He matado a un hombre de Dios, o al menos a un hombre que se decía de Dios… Al Padre Vázquez, por despojarme de mi vida y de mi esposa. El a su vez confesó quién era el padre que investigaba mi hijo... y Usted... ordenó matarlo por hacer lo correcto, Padre Mendoza.”
EL Padre intentó salir corriendo del confesionario, pero el sujeto ya lo esperaba al abrir el confesionario. Apuntándole con la pistola a la cabeza murmuró… “Padre… ¿Cuál es mi penitencia?
" El padre se quedó mudo y asustado… El sujeto solamente observó como su cuerpo caía inerte al disparo que hizo. Su ruido retumbó en sus oídos al hacer eco en la Iglesia… Miró el cuerpo y se acercó al altar. Se hincó ante el Cristo Crucificado “Señor, perdona por hacer estas cosas horribles en tu nombre… pero en tus palabras: "Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres"… ” El segundo estruendo que hizo eco en las paredes de la Iglesia ya no fue escuchado por nadie más…
domingo, 3 de enero de 2010
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A ver we... Leo en partes, así que si lo vas a quitar como los otros pos no me chingues we, avisa para no volver a este blog, ora como leemos los otros cuentos?? hay que ser serios we..
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